domingo, 24 de octubre de 2021

 EL ORO ROJO

Hay una flor en el campo

que le hace brillar al alba.

Cinco galanes la cogen,

y se la llevan a casa.

La ponen sobre una mesa;

entre ellos la despedazan.

La queman a fuego lento 

y la dama descansa.

Se la llevan a las Indias

para remedio de España.

Como habréis adivinado, tanto esta jota como el titulo de este escrito se  refieren al azafrán.

En mi época de estudiante solía coger el Terne los lunes de madrugada para ir de El Bonillo a Albacete. Apostado tras la ventanilla del autobús contemplaba extasiado como el otoño alfombraba los campos con mantos purpura enjoyados de   brillante de rocío.

Esta estampa de los azafranales en flor era habitual en los otoños bonilleros de las décadas del 70 y el 80. Entonces eran muchas las familias  que los plantaban para mejorar  su economía. En más de una casa se compró el televisor, la moto del padre o el ajuar de las hijas con estos ingresos extra.

Paseando por las afueras de El Bonillo he visto las primeras abisaeras (flores silvestres semejantes al azafrán que se consideraban indicios de la próxima cosecha) y he añorado aquellos campos plagados de azafranales  ausentes hoy del otoño bonillero. Alentado por esta nostalgia he decido  informarme y poner por escrito lo aprendido sobre esta planta que formó parte del paisaje de mi juventud.

El azafrán tal y como lo consumimos son unas hebras o clavos (estigmas) de color rojo que se extraen de una flor morada conocida vulgarmente como rosa del azafrán. 

La rosa del azafrán

vestida está de morado

y tiene el tallo pajiza

y el corazón encarnado.



taca las excelencias de esta planta.

La prolífica mitología griega también hace referencia al azafrán.

Una de sus leyendas nos cuenta que Hermes, hijo de Zeus y de la ninfa Maya, estaba jugando con su amigo Crocus al disco cuando hirió a éste accidentalmente en la frente causándole la muerte. Entonces, lleno de pena y arrepentimiento, cogió su sangre y aprovechando los rayos del sol la transformó en una flor de filamentos rojos y amarillos, el azafrán.   

El poeta Ovidio nos ofrece otra versión. En su obra Las Metamorfosis cuenta como Crocus se enamora de la ninfa Smilax. Esta en principio le corresponde, pero luego lo rechaza. Crocus, en un arrebato de amor, se transforma en la flor del azafrán.

El nombre científico del  azafrán : Crocus sativus procede de este personaje mitológico.

En el imperio romano era muy apreciado.  Se utilizaba como condimento en guisos y carnes. Hacían pasteles de azafrán. Aromatizaban con él vinos y aceites. Elaboraban un perfume de azafrán para uso personal y para ambientar salones. Lo utilizaban para teñir túnicas y el velo de las novias.

Fueron los musulmanes, durante los siglos VIII y IX, quiénes lo introdujeron y extendieron por la península. Era uno de los condimentos más utilizados en las cocinas de al-Andalus. Hay referencias de que el azafrán se incluia en la composición de medicamentos administrados para combatir afecciones de la vista, del oído o los desajustes en la regla. La palabra azafrán procede del árabe hispano al-zafarán.

En el siglo XIII ya se había extendido por todo el occidente cristiano, según atestigua el Libro del Saber de Astronomía de Alfonso X El Sabio.

En los siglos siguientes el azafrán ya valía tanto o más que su peso en oro. Por ello era objeto de falsificaciones y adulteraciones. Para intentar evitarlo se redactaron leyes, como la promulgada en la Corona de Aragón, en época de Pedro El Ceremonioso, 1553, que castigaba a los contrabandistas y falsificadores con la perdida del puño y la quema del Azafrán adulterado.

La Diputación General de Cataluña dicta en 1444 unas ordenanzas sobre la comercialización del azafrán en la que aparecen normas tan curiosas como la prohibición de comerciar con el azafrán  de noche, especificando que debía ser en día claro. Con pena de 50 libras y la quema del azafrán para quien la incumpliera. 

En la Francia del siglo XVI se reconocía la importancia del azafrán puro, como lo atestigua un edicto de Enrique II de 1550 estableciendo castigos corporales para los que adulterasen el azafrán, así como la incautación de la especia adulterada para ser quemada. En otro punto del documento se indica que el azafrán falsificado será intervenido por la autoridad para ser quemado y los infractores castigados con multa de 25 libras.

Hay referencias históricas del cultivo del azafrán en lo que hoy es Castilla la Mancha desde tiempo inmemorial.   El primer documento escrito que hace referencia al cultivo del azafrán en La Mancha data de 1720. 

En varias de las obras de los siglos XIX y XX aparece mencionado el azafrán de la Mancha como el de mejor calidad de España. 

El gran Alejandro Dumas a mediados del siglo XIX, al referirse a La Mancha oriental, escribe:

“Cuando nos asomamos para mirar por las ventanas de la diligencia el color especial de los campos, las llanuras van pasando del tono del ópalo al de un lila violento de aspecto más suave y armonioso. Es que nos encontramos en el país del azafrán. Esos lagos color de rosa son en realidad lagos de flores; y esos lagos de flores constituyen la riqueza de la estepa sirviendo al mismo tiempo para su ornato y decoración”.

Como hemos podido ver el azafrán ha sido un producto muy valorado desde hace siglos debido a sus muchas propiedades y usos.

En medicina y farmacia ha sido utilizado en pócimas y recetas por sus propiedades antiinflamatorias, antioxidantes, expectorantes, sedantes y afrodisíacas. Además combate la depresión, la obesidad, el Alzheimer, los trastornos oculares, el envejecimiento celular, reduce la presión arterial y es beneficioso para combatir los problemas de erección.

Ha sido utilizado como materia prima para elaborar tintes. Con azafrán tiñen los monjes budistas sus ropas. Griegos y persas teñían sus vestidos con él porque su color era símbolo de la realeza.  En otro tiempo fue usado como tintes para el pelo por  griegos y romanos. En la actualidad, con la aparición de tintes más permanentes, este uso casi ha desaparecido.

Donde más se utiliza en la actualidad es en la cocina. En Arabia Saudita, un autentico café Árabe debe tener cardamos y azafrán. En la India el azafrán es ingrediente imprescindible en numerosas recetas de arroces, dulces y helados.  En el norte de Italia y Sur de Suiza, el azafrán es imprescindible en la preparación del famoso Rissotto. En Suecia, es tradición elaborar un pan con azafrán el día de Santa Lucía. En España más allá de la paella, que no se concibe sin unas hebras de azafrán, existen muchas recetas de nuestro patrimonio en las que se usa este condimento, como el cocido  y el gazpacho manchego  o el potaje de cuaresma.

    Otra de las razones que justifican el alto precio del del azafrán es el gran trabajo que conlleva su cultivo. Requiere mucha mano de obra, sobre todo en su recolección. La mayoría de las labores se realizan a brazo con azadón o rastrillo. La cosecha requiere muchas manos en poco tiempo. En muchas zonas coincide con la vendimia por lo que suele cultivarse en pequeñas parcelas para que puedan ser atendidas por el agricultor y su familia. El azafranal suponía una fuente de ingresos extra para jornaleros, pastores y pequeños agricultores.

Su cultivo ha permanecido de forma artesanal a lo largo del tiempo. Valga como ejemplo las labores que se hacían en los azafranales bonilleros en el siglo pasado. 

Imagen de Revista Zahora nº1

La rosa del azafrán nace de un bulbo conocido vulgarmente como cebolla o cebolleta. Por lo que su cultivo comienza por preparar el terreno para plantar la cebolla. A esta labor se la llamaba sacar suelo y consistía en un arado del terreno medio metro de profundidad o algo más. Después, días antes de la plantación se cavaba el terreno unos cuatro dedos. A la hora de poner la cebolleta se organizaban cuadrillas de un hombre y tres mujeres. El hombre iba abriendo un surco en el que las mujeres iban plantando las cebolletas a marco real (de dos en dos) o a tresbolillo (haciendo triángulo). Acabado el surco abría el siguiente a una distancia fija de                     45 cm en paralelo, para lo que se ayudaba de  dos cañas con esta longitud unidas por una tomiza (cuerda de esparto) sujetas a los extremos del campo. 

Según la proporción de mano de obra antes indicada, para plantar una  hectárea se necesitaban ocho jornadas de hombre y veinticuatro de mujer.

Previo a la cosecha se rastrillaba para quitar piedras y la costra dura y así facilitar la salida de la rosa. Después de la recogida de la rosa se hacia una cava entre los hilos del azafranal.

Mas adelante, en el mes de Abril, se segaba el espartillo (hojas que da la planta y que pueden alcanzar los 30 cm) que se aprovechaba como pasto para el ganado.

Hacia el mes de mayo se hacía otra cava en los hilos y a finales de julio se hace una labor más importante.

Todas estas tareas, salvo la de preparación inicial del terreno, se repetían durante los tres años siguientes. A partir del cuarto o quinto  la producción disminuye drásticamente, por lo que había que sacar la cebolla y sanearla. Se le quitaban las capas superficiales dejando la más pegada al bulbo. Una vez limpios y desechadas los que estaban en mal estado, se extendían y se guardaban en lugar ventilado hasta su plantación en un nuevo bancal. Esta faena se hacía en verano. 

El terreno que había estado de azafranal había que dejarlo descansar, de este cultivo, durante diez o doce años.

De todas la faenas que requiere el azafrán, la que más mano de obra precisa es la recolección.

La floración y por tanto la recolección tiene lugar desde mediados de octubre hasta pasado el día de Todos los Santos. En torno a esta festividad se solía dar el día de más rosa que se conocía como el manto.

Para Santa Teresa, flor en la mesa.

La labor de recolección debe hacerse al amanecer, antes de que la flor se abra, puesto que la rosa debe permanecer el menor tiempo posible en el tallo, ya que se marchita muy pronto y corre el riesgo de perder su color y propiedades.

Tan frágil es el amor

como esta flor peregrina.

Se quiere al atardecer

y a medianoche se olvida.


La rosa del azafrán

es como la maravilla,

que un día la ve nacer

y la mata el mismo día.


La rosa del azafrán

es una flor arrogante

que brota al salir el sol

y muere al caer la tarde.


(Versos de la zarzuela La Rosa del azafrán)



Por ello los recolectores, normalmente la familia, sobre todo las mujeres, madrugaban y salían casi de noche hacia el azafranal. Allí con la  cesta de pleita entre las piernas, dobladas en una incomoda posición,  recorrían las cañas llenadolas de rosas.




Morada flor de azafrán

que abrió al rocío su boca,

tempranera levantó

la que ayer se fue de ronda…


A coger azafrán van las más hermosas, en la cama se quedan las perezosas.

Después venía la monda que consiste en sacar los pistilos de todas la flores recogidas en la jornada matinal. Esta es una labor delicada que requiere habilidad para cortar el rabo a la rosa, retorcer la flor y sacarle los clavos (los pistilos). Cada uno echa los clavos en un pandero (recipiente con esta forma que absorbe la humedad). 

Después se pesaba el azafrán, pues si había que pagar a la mondadora se hacia antes de tostarlo. Para este proceso se utilizaban romanas adaptadas y pesas a propósito. 


A continuación, se procedía al tueste de los clavos en unos ciazos  (Cedazos, instrumento compuesto por un aro o un marco al cual está asegurado de malla muy tupida que se utiliza para la limpieza y tueste del azafrán, para separar la harina del salvado o cribar cualquier otra cosa fina), que se colocaban sobre recipientes de barro con ascuas, normalmente de romero o retama. Lo importante es que las ascuas sean flojas para que no se quemara.



El azafrán tostado se conservaba entre paños para venderlo cuanto más conviniera a la familia.


Como vemos, la merma es mucha. Esta es otras de las razones por las que el azafrán es tan caro. De cada flor se recogen aproximadamente 0,006 gramos. Un kilo de azafrán puede estar compuesto por 450.000 hebras. Y para conseguir tantas hebras, necesitas entre 150.000 y 250.000 flores, según el tamaño de estas. 
Los rendimientos de este cultivo artesanal en El Bonillo, según se recoge en el número uno de la revista de tradiciones populares Zahora era:

Unidad

de tierra

Cebolleta plantada

Rosa recogida

Azafrán

sin tostar

Azafrán

tostado

1 celemín

9-10 fanegas

5 arrobas

5 libras

1-2 libras

España en los años 70 era el primer productor mundial de azafrán. En la actualidad Irán  ocupa el primer puesto con el 90% de la producción mundial . España está en segundo lugar, destacando Castilla-La Mancha. Según datos del Ministerio de Agricultura de 2017, la región castellano-manchega contaba con unas 140 hectáreas de azafranales, más del 90% de las 170 registradas en todo el país, con Albacete a la cabeza, con 110 hectáreas.

El gobierno regional está apoyando este cultivo como lo demuestra las ayudas al mismo y la creación de la denominación de origen Azafrán de Castilla la Mancha, que es la única que existe actualmente en España.

El ámbito universitario también a demostrado un interés por este cultivo en nuestra región. En el campus de Albacete de la UCLM un equipo interdisciplinar investiga  desde hace años sobre las propiedades y características del azafrán. 

A estas investigaciones  se suman las de otros países como Reino Unido, Francia, Grecia, Italia, Irán y Marruecos, con las que nuestra universidad intercambia información y mantiene contactos. 

Por tanto podemos concluir que el azafrán no es solo historia, sino que tiene  presente y esperemos que mucho futuro por delante.  


sábado, 3 de marzo de 2018

EL CRISTO DE EL BONILLO




De gran devoción en nuestro pueblo es la imagen del Cristo de 
El Bonillo. Es una pequeña cruz de madera engastada en un lujoso relicario de plata.
La cruz en sí, es de fina madera de nogal y en ella está pintada la imagen de Cristo. Independientemente de los hechos que sucedieron y que le dieron fama, no esta exenta de mérito artístico como lo corroboran los pintores que fueron requeridos para su examen. La trajo de Roma Pedro Carralero, moje franciscano que  la recibió de un compañero suyo, quien a su vez la había recibido directamente del Papa Gregorio XV,  del que era confesor. Pedro Carralero viajo desde Roma a El Bonillo. Tras permanecer tres jornadas hospedado en casa de Antón Díaz, reemprede viaje a Toledo, dejándoles como regalo la cruz a Antón y a su esposa, de la que era primo hermano.
Años después, el 4 de Marzo de 1640, Antón Díaz se encontraba amasando harina en una artesa bajo la Cruz. Al posar la mirada distraída en la imagen de Cristo, la vio perlada de gotas, como si sudara. Consciente que no había humedad en la pared, ni hacía calor, se asombró mucho y decidió llamar a su prima, la cual a su vez llamó a un vecino. Los tres volvieron a comprobar esta maravilla. Francisco Rentero, el vecino del que hablamos, fue al convento de los Agustinos de la localidad y le contó lo sucedido a fray Miguel Garcés de la Cañada, padre lector del mismo. Este acompañó a Francisco y a Antón, que los esperaba fuera, a su casa para investigar el prodigio. 
Cotejados los hechos personalmente, fray Miguel, dio parte al comisario del Santo Oficio, Juan Bautista Davia. Éste escoltado por cuatro presbíteros y  fray Garcés, se presentó en la casa de Antón Díaz, descolgó la cruz, comprobó que ni la pared ni la sarga en que se apoyaba la cruz tenía humedad, Corroborando que el sudor estaba solo en la figura de Cristo y no en la cruz, ni en las espaldas. Por último se llevó la Cruz a la Iglesia de Santa Catalina, donde fue colocada en el altar mayor, en un nicho bajo llave. Pasaron dos semanas sin que se hubiera secado el sudor, a pesar del frío reinante, del que daba testimonio el agua bendita helada en la pila,  y  el nicho en que se encontraba la cruz seco, sin rastro de humedad. 

Entonces, Andrés Munera y Romero, cura propio de la parroquia de El Bonillo, dirige un escrito al Cardenal de Toledo narrándole el prodigio del sudor, así como otro episodio anterior sucedido en torno a la casa de Antón y que pudiera tener relación. Este acaeció el viernes siguientes al día de la ascensión de 1638, entre las ocho o las nueve de la noche. Fue entonces cuando Isabel Paraíso vio encima de la casa de Antón Díaz, en medio de un gran resplandor, una imagen de Cristo Crucificado que parecía tener dos personas a los lados. Llamó a los vecinos, que vieron lo mismo. Antón Díaz, tardó algo más en salir y solo alcanzó a ver lo que parecían ser los pies de Cristo. 
El 22 de marzo de 1640, el Cardenal contesta al párroco de El Bonillo, comisionándolo para que se informe y de fe ante notario o escribano de dichos sucesos.
         Mientras se instruía el proceso, el 21 de abril de 1640 sucede un nuevo prodigio: Estando labrando varios miembros de la familia Chilleron, uno de ellos sufrió un accidente y fue arroyado por la yunta de bueyes de su tío que venia detrás, recorriendo unos ciento cincuenta metros arrastrado por el arado, arrancado vides con el cuerpo; considerándose el accidente mortal. El médico que lo atendió juzgó la curación como milagrosa. Cristobal Chillerón, el accidentado declaró haberse encomendado al Santo Cristo recientemente depositado en la Iglesia.
         El cura, Andrés de Munera y Romero informa al Cardenal-Infante declarando los sucesos anteriores como “cosa sobrenatural y milagrosa.”
El Consejo del Cardenal, a su vez remite los informes a dos catedráticos de la Universidad de Toledo para que den su parecer. El 17 de julio de 1640, los doctores de la Universidad de Toledo informan positivamente respecto de los milagros del sudor y de la curación de Cristobal Chillerón. Exponiendo: “Estos dos casos juzgados están bien probados y ser verdaderos milagros y no obrados por virtud de causa natural..”
El 12 de abril de 1641 el Consejo de Cardenal-Infante del Arzobispado de Toledo da “licencia y facultad para que los dos milagros …se puedan pintar y publicar como tales…”
        
         El cuatro de marzo se ha convertido en fiesta local en honor del Santo Cristo de El Bonillo. En este día se dan cita cientos de bonilleros de la diáspora que se las arreglan para venir a su pueblo desde los más alejados lugares. Especialmente emotivo es el momento en que la imagen del Cristo, portada a hombros de devotos bonilleros, cruza el umbral de la Puerta del Sol y se asoma a un mar de expectantes cabezas que prorrumpe en emocionados vivas. No se necesita ser creyente para experimentar esta emoción colectiva que transciende lo espiritual para convertirse en algo físico. 

martes, 26 de diciembre de 2017

REALES MAJESTADES DE ORIENTE



Ejercía yo de maestro de Educación Física en un pueblecito, El Ballestero, cuando un día cercano a las vacaciones de Navidad, al llegar a recoger a los niños de segundo de primaria a su clase, fui recibido con los vítores de costumbre: ¡Gimnasia!!Ginmasia!..(No porque yo fuera un profesor extraordinario, sino por el éxito implícito en un asignatura que les encanta a los chiquillos de esta edad). Pero sin embargo, uno de los niños, precisamente uno de los más forofos de la materia, que solía encabezar el comité de recepción en la puerta de la clase, se encontraba sentado en su silla llorando desconsoladamente. Me acerque a él y le dije: “David, ¿Por qué lloras?” Entre sollozos desconsolados me respondió: “Juanito y Adrián me han dicho que los reyes magos no existen, que son  los padres los que nos compran los juguetes”. Le respondí: “No les hagas caso sólo quieren hacerte rabiar”. Pero él, sin parar de sollozar me expuso: “Se lo he preguntado  a mi madre y me ha respondido que Juanito y Adrián llevan razón, que los juguetes los compran lo papas. Que ya soy lo suficientemente mayor para saberlo.” El daño era más grave de lo que yo esperaba. Esa duda que en estas edades suelen sembrar los compañeros más enterados y que los mayores podemos deshacer con cualquier argumentación que los devuelva al mito y la ilusión, había sido confirmada por una de las máximas autoridades para un niño: su madre. Definitivamente a David lo habían arrebatado de la feliz y confortable nube  de ilusión y había sido arrojado sin contemplaciones al duro y frio adoquinado de la realidad.
Este suceso, en apariencia tan nimio, me afectó bastante y me hizo rememorar el ambiente de fantasía e ilusión con el que se vivía la navidad en mi casa y muy especialmente el día de Reyes, acontecimiento sin par en aquellos días felices de mi infancia. Mi padre, una de cuyas virtudes fue mantener rasgos de ilusión y candidez infantil durante toda su vida, era un incondicional de los Magos de Oriente. Mi madre y mi hermana le apoyaban incondicionalmente. En los tres se encarnaba el espíritu de la Navidad. Con gran antelación poníamos un completo belén que mi padre había adquirido por medio de un catálogo, que no sé dónde se había agenciado, del Corte Inglés. Mi padre se implicaba de lleno en la misión Belén, dirigía la instalación, así como las tareas previas: recogida de césped, búsqueda de piedras, preparación del tablero, que cada año era un poco mayor, pues no paraban de crecer los detalles: sembrados, bosques, ríos…Los preparativos y la instalación ya eran eventos de los que disfrutábamos sobremanera. Una vez  instalado, no parábamos de recibir visitas que no escatimaban alabanzas que recogíamos con indisimulado regocijo.  
Los Reyes Magos se encargaban con tesón en la búsqueda de juguetes y regalos para toda la familia, pero en especial para los dos peques: mi hermano Manolo y yo. El contexto histórico temporal era el siguiente: Terrinches, un pueblecito de la provincia de Ciudad Real menor de mil habitantes, con una sola tienda que trajera juguetes y con las estrecheces económicas propias de un guardia civil con familia numerosa y en los años sesenta del pasado siglo. Pero a los Reyes estos obstáculos no los arredraban, por algo son magos, sino que los superaban ampliamente con grandes dosis de amor e ilusión. Pero además cumplían su importante misión con gran reserva y secreto, para que no faltara el aliciente de la sorpresa que multiplicaba la ilusión que nos embargaba el día de Reyes. La noche previa estaba envuelta en una atmosfera de magia difícil de describir. Lustrábamos con esmero nuestro mejor par de zapatos y los colocábamos con cuidado junto a la chimenea. Madrugábamos al acostarnos, deseosos de adelantar el amanecer. El día seis en mi casa “amanecía”  mucho antes de que el alba cumpliera con su rutina habitual. Desenvolvíamos los paquetes y comprobábamos con alborozo que un año más los reyes colmaban y superaban nuestras expectativas. Rápidamente íbamos a enseñárselos a nuestros padres, que disimulando bostezos por el involuntario madrugón, se mostraban “maravillados” y “sorprendidos” al ver los bonitos juguetes y regalos que nos habían traído los reyes.
Gracias queridos reyes magos Gregoria, Rosa y Jesús. El amor y dedicación que poníais esos días de navidad era el verdadero regalo, el mejor que he recibido jamás.
Posdata: Al fin conseguí serenar a David argumentándole que “los reyes magos existían sin duda y que traían los regalos a los niños que creían en ellos”. Sin embargo los que no creían solo tendrían regalos si sus padres se los compraban haciéndose pasar por los reyes.

domingo, 12 de febrero de 2017

AQUELLOS MARAVILLOSOS AÑOS EN QUE NOS UNIÓ EL FUTBOL



Recién estrenada la década de los setenta, un grupo de chavales que se reunían para jugar al fútbol, protagonizó uno de los hitos deportivos y sociológicos más notables de nuestro pueblo. En una época en que no había la más mínima infraestructura para la práctica deportiva, en la que escaseaban las ayudas de las instituciones y el deporte no gozaba del interés que tiene en la actualidad, por uno de esos fenómenos de generación espontánea que suceden en nuestra tierra, se fundó un club de fútbol cuyo mayor logro consistió en aunarnos a todos los bonilleros en una causa común. El comienzo fue duro, hubo que empezar por inventarse el campo. Se logró la cesión de una parcela a unos dos kilómetros del pueblo, en La Dehesa Boyal, donde hoy está el polígono ganadero. Aquello era un mar de piedras, que los propios jugadores limpiaron y acondicionaron con sus propias manos. Posteriormente se consiguió cerrarlo con alambre y postes procedentes de las traviesas desmanteladas del ferrocarril. Con los mismos postes se improvisaron bancos para los espectadores. El terreno de juego estaba plagado de riscos pugnando tenazmente por emerger del manto de arena que apenas los disimulaba. Las redes eran totalmente artesanales, tejidas nudo a nudo por los propios jugadores con la ayuda de muchos otros bonilleros y bonilleras que se reunían en el Salón del Cristo, entonces "Teleclub". Este trabajo comunitario y altruista dio como fruto dos redes cuya resistencia no se la daba la humilde cuerda de que estaba hecha, sino la portentosa ilusión y camaradería de sus autores. El vestuario era un breve chamizo de ladrillo y "Uralita" sin más separación entre locales y visitantes que dos medios tabiques sin puertas delimitando un expuesto cubil donde se cambiaba el árbitro. No había más agua corriente que la escanciada por algún compañero de la ancestral garrafa de cristal, que alguna vez pereció, por avatares de indignación deportiva contra algún colegiado que no vienen al caso y siendo reemplazada por otra similar. Los jugadores entrenaban al termino de su jornada de trabajo, bajando al campo en bicicleta con el yeso todavía fraguando en el mono o en tractor que aparcado junto al terreno de juego contemplaba absorto la vitalidad de su incansable conductor corriendo tras el balón después de un largo día de trabajo. Otros cerraban la tienda con premura o los libros con afán para aprovechar las últimas claridades del día preparándose con el equipo.



Las jornadas de partido el pueblo se quedaba desierto, chiquillos, jóvenes y mayores, el pueblo en pleno confluía en la carretera de La Ossa formando un impresiónate río de gente que desembocaba en el Estadio Montesinos, nombre con que se bautizó el recién estrenado campo, en recuerdo de las eras del mismo nombre donde antes se jugaba. Salir al campo lleno de gente volcada con el equipo ponía carne de gallina a los jugadores y los dotaba de alas en los pies. La afición se fue creciendo con las primeras victorias sobre El Ballestero, Munera, Alcaraz. Se constituyeron peñas, se hicieron canciones conmemorando los triunfos. Entre semana no se hablaba de otra cosa. Los bonilleros nos emocionábamos con nuestro equipo y aplaudíamos a rabiar las paradas de Carrión, los elegantes cortes del Juan Carlos, los contundentes despejes de José "Culeque", la garra de Hinarejos, la lucha en el centro del campo de "Josia" e Isidro, la técnica de Francisco Crisantos y de David "El de la sindical", las internadas por la banda de Cañaveras, los regates y la velocidad de Ramón "Gaseosas" o la potencia y eficacia rematadora de mi hermano  Manolo "El del sargento". 
Aquella temporada El Bonillo quedó campeón de su grupo del Campeonato provincial de Aficionados, fue el equipo máximo goleador y consiguió el ascenso a Regional. El partido inaugural en esta categoría fue contra Balazote. Estrenábamos equipamiento, unas excelentes botas negras, camiseta  y pantalón  blanco inmaculado, que una mayoría de seguidores madridistas eligió en clara antagonismo con el nombre del equipo Atletico El Bonillo y con los colores que habían llevado los ancestros amarillo y negro; pero a nadie nos importó aquel nimio detalle, pues era nuestro equipo y el impoluto blanco casaba con el estreno, como de primera comunión. El campo estaba repleto, las ilusiones intactas. Guardo como uno de mis recuerdos más preciados el momento en que Miguel, nuestro inefable entrenador, me entregó la camiseta con el número seis que suponía un puesto en el equipo inicial. Desde la óptica de mis escasos dieciséis años fue para mí un sueño hecho realidad saltar al campo repleto de gente que nos vitoreaba, estar jugar junto a mis ídolos. Empezamos bordando el fútbol y nos adelantamos en el marcador con un dos a cero a nuestro favor, pero pagamos la novatada y terminamos perdiendo por dos a tres. Este año los resultados no fueron tan buenos como los del año anterior. En nuestro descargo diré que los rivales eran mucho más fuertes, baste con nombrar a Villarrobledo con jugadores que habían militado en segunda división nacional o La Roda, hacia pocos años en tercera. Pero la moral del equipo no sufrió mella y el apoyo del pueblo siguió incondicional, llenando el campo domingo tras domingo, acompañando en los desplazamientos, animándonos sin desfallecer. Pero nada es eterno, y esta ilusión tuvo un precoz final: La emigración lacra de nuestra tierra por aquellos años, hacedora de desarraigos, rompedora de vínculos, acabó con lo que no pudieron desbaratar los resultados adversos o la falta de medios, el magnífico castillo construido con las ilusiones de un grupo chavales cimentadas en todo un pueblo.







martes, 31 de marzo de 2015

ROLLO PICOTA DE EL BONILLO



Si le preguntamos a cualquier bonillero sobre los monumentos más emblemáticos de su pueblo, invariablemente aparecerá en esta lista, en lugar preferente, El Royo San Cristóbal; tal vez porque  en la memoria colectiva de sus vecinos está grabado aquel 12 de febrero de 1538 en que el Emperador Carlos I de España le concede por fin el añorado titulo de Villa y la consiguiente independencia del humillante yugo a que la sometía a Alcaraz. (Para una más completa información de este proceso de independencia puedes descargarte mi libro “El Bonillo Siglos XV-XVI. El largo camino a la independencia”.)
El monumento en sí, consiste en una columna circular de piedra de fuste liso rematada en una sencilla moldura coronada por una punta cónica, todo ello  apoyado en un basamento formado cuatro escalones circulares.  En la parte superior del fuste se aprecian cuatro agujeros que en su día  estarían ocupados por cuatro salientes brazos seguramente de hierro que lanzarían a los cuatro vientos el mensaje jurisdiccional. (El fuste de los rollos se solía terminar en cuatro salientes que pretendían propalar la jurisdicción de la villa a los cuatro puntos cardinales, normalmente eran figuras entre las que dominaban cabezas de leones amenazantes, carneros, reptiles, seres alados, etc., pero también salientes  estilizados sin figura alguna o brazos salientes de hierro terminados en garfios como en el de Ossa de Montiel.)

Mi hermano Pedro con sus alumnos de séptimo de EGB hizo una exhaustiva medición de este obelisco y  Enrique Játiva la recogió en su libro “El Santo Cristo de Mi Lugar”: radio 41,4 cm.; altura del cilindro 4,20 m.; circunferencia, 2,20 m.; volumen 2,44 m. cúbicos y un peso estimado de 6230 kg.
El título de este artículo recoge dos acepciones de este monumento: royo y picota. El termino rollo hace alusión a su forma generalmente cilíndrica y el de picota deriva seguramente de su terminación usual en punta. En la actualidad estos términos se consideran sinónimos, pero no siempre ha sido así. Según expone José Vicente de Frías Balsa en su trabajoRollos y picotas en Soria”, la picota era el poste en el que se exponían los malhechores a la vergüenza pública o se les castigaba. La pena de exhibición en la picota aparece ya legislada en el siglo XIII, en el libro de Las Partidas, de Alfonso X, considerándose la última de las penas leves a los delincuentes para su deshonra y castigo. Así se lee en la partida 7ª, ley 4ª del título XXI:
“La setena es quando condenan a alguno que sea azotado o ferido paladinamente por yerro que fizo, o lo ponen por deshonra dél en la picota, ol desnudan faciendol estar al sol untado de miel porque lo coman las moscas alguna hora del día.”
Así pues, en ella se exponía a los reos a la vergüenza pública, desde donde eran apedreados, insultados y humillados por sus propios vecinos.  Era este, además, el lugar en el que se colgaba a los presos condenados a muerte o se exponían los miembros mutilados de los ejecutados. Podemos decir, por tanto, que servía como medio de adoctrinamiento, manifestando al mismo tiempo el poder del señor feudal.
En su origen, sería un poste o un palo hincado en el suelo. Después se construyeron en piedra, para asegurar su permanencia. Con el paso del tiempo se fueron añadiendo los elementos necesarios para desempeñar su función: plataforma de exhibición, fuste en el que se sujetaban las cadenas, cuchillo, garfios, cepos, grilletes o argollas.
El rollo, sin embargo,  era un símbolo jurisdiccional que se levantaba por orden real en las villas, señalando no sólo el villazgo de la población, sino también el régimen al que se hallaba sometida: señorío real, concejil, eclesiástico o monástico; según perteneciera a la corona, a un municipio, a la iglesia o a un monasterio. Vicente Lampérez  en su obra «Arquitectura civil española de los siglos XI al XVIII»), insiste en que era un símbolo de tipo conmemorativo para marcar un territorio y su dependencia jurídica y no un poste de justicia, como las «picotas».
El rollo sólo se levantaba en las villas, mientras que la picota se erigía en todos los lugares
En el caso de las villas, como es el de El Bonillo, un mismo monumento manifestaba las dos funciones: penal y jurisdiccional. En los lugares que no tenían la categoría de villazgo, sólo el penal.
Lo cierto es que ambos llegaron a cumplir misiones similares, que acabó por identificarlos con el paso del tiempo a partir del siglo XVI.
Los siglos XVI y XVII son los de mayor esplendor para estos monumentos, debido a las numerosas concesiones de villazgo y de exención otorgadas a los lugares que hicieron aportaciones económicas a la Corona para sobrellevar los cuantiosos gastos de la guerra. Los bonilleros conscientes de esta situación y anhelantes de obtener la independencia de Alcaraz que tanto les estaba costando conseguir, donan 4.125.000 maravedíes  “...para ayuda de los grandes gastos que hemos hecho y esperamos hacer en sostener las galeras de armada contra los infieles enemigos de nuestra fe católica y en las guardas de las costas del Reino de Granada y de las fronteras de Africa y para proveer y abastecer las ciudades y villas que tenemos en la dicha Africa y la paga de la gente de nuestras guardas y otras cosas muy importantes y cumplideras a nuestro servicio, y al bien y conservación de estos nuestros Reinos.”
El día 12 de febrero de 1538 el Emperador Carlos I de España le concede a El Bonillo el título de Villa mediante una Carta Privilegio entregada en Barcelona. En esta Carta se puede leer: "Haciéndole merced a la Villa de El Bonillo de eximirla de la ciudad de Alcaraz donde era sujeta, y hacerla Villa de sí y sobre sí y darle jurisdicción civil y criminal". Un poco más adelante hace mención también al hecho de poder impartir justicia, diciendo: "Y os damos poder y entera facultad para que podáis poner y tener, y pongáis y tengáis horca y picota".
Un Decreto de las Cortes de Cádiz, de 26 de mayo de 1813, ordenó “la demolición de todos los signos de vasallaje que haya en sus entradas, casas particulares, o cualesquiera otros sitios, puesto que los pueblos de la Nación Española no reconocen ni reconocerán jamás otro señorío que el de la Nación misma, y que su noble orgullo sufriría tener a la vista un recuerdo continuo de humillación”. Se derribaron entonces gran cantidad de picotas y rollos sin distinción;  si tener en cuenta que los rollos en aquel momento si  representaban algo era precisamente las libertades ciudadanas. Muchas villas cumplieron el decreto y destruyeron sus picotas y rollos, mientras que otras no respetaron la orden, haciendo oídos sordos al derribo de un elemento urbano con el que se sentían identificados.
Con el advenimiento al poder de Fernando VII, la abolición de las libertades  y la vuelta al absolutismo se suspendió la aplicación de este decreto e incluso se construyeron rollos nuevos como el de Rioseco en Soria en 1817.
La reina gobernadora, María Cristina, dicta un Decreto el 25 de enero de 1837, en nombre de su hija Isabel II, en el que “Se establece con toda fuerza y vigor el decreto de 26 de mayo de 1813, por el que las generales y extraordinarias mandaron quitar y demoler todos los signos de vasallaje que hubiere en los pueblos, según el mismo previene.” En su aplicación se debieron perder muchos de estos monumentos.
Tenemos que llegar al siglo XX para que se inicie un proceso de protección de monumentos. El 14 de marzo de 1963 se dictó Decreto de protección genérica de monumentos menores por el cual los propietarios, poseedores o usuarios de escudos, emblemas, piezas heráldicas y monumentos de análoga índole cuya antigüedad sea de más de cien años no podrán cambiados de lugar ni realizar en ellos obras de reparación alguna sin previa autorización del Ministerio de Educación Nacional.
Algunos de los citados monumentos fueron trasladados de lugar para evitar que quedaran dentro de propiedades privadas como ocurre con el rollo de Ossa de Montiel.
Este es el caso de el Rollo San Cristóbal que fue trasladado a principio de los ochenta unas decenas de metro para evitar que  sufriera el mismo destino que el de Ossa de Montiel quedando encerrado en el interior de edificación que se iba a construir inminentemente. 
Aunque se barajaron otras ubicaciones como la Plaza del Cementerio Viejo, al final se decidió respetar en lo posible el emplazamiento original situándolo en el espacio público más cercano dentro del Cerro San Cristóbal, tras desmontarlo piedra a piedra y volverlo a reconstruir en su actual emplazamiento. Hoy lo podemos contemplar en su nuevo emplazamiento y totalmente restaurado, enmarcado  en un coqueto parquecillo.