martes, 26 de diciembre de 2017

REALES MAJESTADES DE ORIENTE



Ejercía yo de maestro de Educación Física en un pueblecito, El Ballestero, cuando un día cercano a las vacaciones de Navidad, al llegar a recoger a los niños de segundo de primaria a su clase, fui recibido con los vítores de costumbre: ¡Gimnasia!!Ginmasia!..(No porque yo fuera un profesor extraordinario, sino por el éxito implícito en un asignatura que les encanta a los chiquillos de esta edad). Pero sin embargo, uno de los niños, precisamente uno de los más forofos de la materia, que solía encabezar el comité de recepción en la puerta de la clase, se encontraba sentado en su silla llorando desconsoladamente. Me acerque a él y le dije: “David, ¿Por qué lloras?” Entre sollozos desconsolados me respondió: “Juanito y Adrián me han dicho que los reyes magos no existen, que son  los padres los que nos compran los juguetes”. Le respondí: “No les hagas caso sólo quieren hacerte rabiar”. Pero él, sin parar de sollozar me expuso: “Se lo he preguntado  a mi madre y me ha respondido que Juanito y Adrián llevan razón, que los juguetes los compran lo papas. Que ya soy lo suficientemente mayor para saberlo.” El daño era más grave de lo que yo esperaba. Esa duda que en estas edades suelen sembrar los compañeros más enterados y que los mayores podemos deshacer con cualquier argumentación que los devuelva al mito y la ilusión, había sido confirmada por una de las máximas autoridades para un niño: su madre. Definitivamente a David lo habían arrebatado de la feliz y confortable nube  de ilusión y había sido arrojado sin contemplaciones al duro y frio adoquinado de la realidad.
Este suceso, en apariencia tan nimio, me afectó bastante y me hizo rememorar el ambiente de fantasía e ilusión con el que se vivía la navidad en mi casa y muy especialmente el día de Reyes, acontecimiento sin par en aquellos días felices de mi infancia. Mi padre, una de cuyas virtudes fue mantener rasgos de ilusión y candidez infantil durante toda su vida, era un incondicional de los Magos de Oriente. Mi madre y mi hermana le apoyaban incondicionalmente. En los tres se encarnaba el espíritu de la Navidad. Con gran antelación poníamos un completo belén que mi padre había adquirido por medio de un catálogo, que no sé dónde se había agenciado, del Corte Inglés. Mi padre se implicaba de lleno en la misión Belén, dirigía la instalación, así como las tareas previas: recogida de césped, búsqueda de piedras, preparación del tablero, que cada año era un poco mayor, pues no paraban de crecer los detalles: sembrados, bosques, ríos…Los preparativos y la instalación ya eran eventos de los que disfrutábamos sobremanera. Una vez  instalado, no parábamos de recibir visitas que no escatimaban alabanzas que recogíamos con indisimulado regocijo.  
Los Reyes Magos se encargaban con tesón en la búsqueda de juguetes y regalos para toda la familia, pero en especial para los dos peques: mi hermano Manolo y yo. El contexto histórico temporal era el siguiente: Terrinches, un pueblecito de la provincia de Ciudad Real menor de mil habitantes, con una sola tienda que trajera juguetes y con las estrecheces económicas propias de un guardia civil con familia numerosa y en los años sesenta del pasado siglo. Pero a los Reyes estos obstáculos no los arredraban, por algo son magos, sino que los superaban ampliamente con grandes dosis de amor e ilusión. Pero además cumplían su importante misión con gran reserva y secreto, para que no faltara el aliciente de la sorpresa que multiplicaba la ilusión que nos embargaba el día de Reyes. La noche previa estaba envuelta en una atmosfera de magia difícil de describir. Lustrábamos con esmero nuestro mejor par de zapatos y los colocábamos con cuidado junto a la chimenea. Madrugábamos al acostarnos, deseosos de adelantar el amanecer. El día seis en mi casa “amanecía”  mucho antes de que el alba cumpliera con su rutina habitual. Desenvolvíamos los paquetes y comprobábamos con alborozo que un año más los reyes colmaban y superaban nuestras expectativas. Rápidamente íbamos a enseñárselos a nuestros padres, que disimulando bostezos por el involuntario madrugón, se mostraban “maravillados” y “sorprendidos” al ver los bonitos juguetes y regalos que nos habían traído los reyes.
Gracias queridos reyes magos Gregoria, Rosa y Jesús. El amor y dedicación que poníais esos días de navidad era el verdadero regalo, el mejor que he recibido jamás.
Posdata: Al fin conseguí serenar a David argumentándole que “los reyes magos existían sin duda y que traían los regalos a los niños que creían en ellos”. Sin embargo los que no creían solo tendrían regalos si sus padres se los compraban haciéndose pasar por los reyes.